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Conocé la historia real de como llego el cuadro del escudo uruguayo al Club 25 de Agosto, solo hay dos en el Uruguay

Historia novelada escrita por Ramón Correa basada en la realidad de como llegó el cuadro del escudo uruguayo bordado en oro al Club 25 de Agosto, solo hay dos en el Uruguay. Historia recabada de la madre del autor y de Pedro Armúa.

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Ruperto Michelin Pasago, acabó en las postrimerías del pueblo de campaña, y de comisario hacía poco.

Para 1909 no era necesario hacer carrera alguna sino algún vínculo u acomodo para estar allí. De buen ojo para la timba y el traje fino, pero en el medio del campo no lo podía lucir, en cambio sí en donde todos los del pueblo concurría. El lugar, el boliche.

En la Santa Isabel del Paso de los Toros, entrado el siglo la prosperidad trajo el tren. También al médico; que corrió a la “chapucera” de la flaca perica, y por supuesto vino el comisario a poner orden, donde nada pasaba. Era el.

Ya surcaba el norte del país el ferrocarril, por donde hacia poco cruzo el Rio Negro.

Del sur al norte llevando al puerto el vaquerio de los campos.

Y este, la pata de fierro, cargada los novillos al sur y algunos también se iban para arriba cargaban para el Fray Bentos.

Ese puente con descanso en el lecho del rio vio en la inundación del 1888 ponerse aprueba, recuerdan los más viejos que ella al pasar el remolino del agua casi por encima de las vías un hilada de personas boca abajo y encimándose con una varas apartaban los troncos que venían corriente abajo para que no se entremezclar tan y presionaran los pilotes de metal que sostenían ese puente el ferroviario.

Don Ruperto estiraba la solapa de su esmoquin de traje negro, y frente a las parcelas donadas por un señor Bálsamo, se iba al boliche juntándose con otros jugadores de naipes, en el pueblo de los hombres toros. Un buen día recuerda, allí se hará un gran club social, decía.

Una visión espectacular, al sur el paso de las vacas, la pulpería al fondo, una visión de todo lo de allí al cerro por el oriente, donde la estancia de don Bálsamo y sus palmeras. Las canarienses. La palmera canaria sigilosamente la sombreada.

Esas épocas los entretenimientos eran el casin las cartas y la taba para los más sencillos, allí, la mesa del casin regalo de don Tajes cuando como presidente decoraba la casa de los distinguidos del lugar.

Hoy llamado Club por él, con apenas 25 socios no más.

Caminaba de la comisaria dando pasos largos, estirándose el esmoquin de su solapa y cuan golpes de campana de la iglesia llegaba religiosamente a la hora, del atardecer. En la noche Michelin se transformaba y es pasión por las cartas, juntos con los Demicola y varios como los Duren estaba allí, el tic, de estirar los solapas del traje se mezclaba con un perfume a lavanda para tapar la sazón del hedor dela eses de los caballos que aun recorrían las calles de tierra.

La calle del club aun en las eras de los chorlos y los patinaros del ferrocarril estaban en dos bandos.

Y ahí se veía en las proximidades las estaciones del tren. Pero la idea de crear algo nuevo triunfo ya salio un nuevo lugar, un club.

Estaba el local donde se sentaban en la mesa, los jugadores.

Cuando la noche cubría el ruido con su silencio, que ya se avecinaba y el paso se acometía en el silencio de la noche y don Martínez cerraba la pulpería de piedras . Por las cercanas de la picada en el paso, de los hombres de la comarca venia rumbo al club dejaba el valle del rio.

Ruperto, sentencio ya al mediar la partida, con las cartas en la mano una sobre otra se movían y aparecían sutilmente las líneas de sus palos hasta sin verlas aumentar la apuestas. Cuando la noche en que todos dormían.

Al contrincante, la mirada significaba las cejas, aumentamos la apuesta, Ruperto entendió la jugada y postergo la respiración aduciendo. Una mueca.

Enterado te la repico, a esta ni con el poncho colorada la tapa, y soy ganador recalco.

A que vamos Joaquín lo miro y Ruperto contesto el regalo del viejo (el suegro político),

El escudo está en juego, sacaron las cartas y el monte auguró un número desfavorable supuso su pérdida y él se levantó.

EL escudo tuvo que quedar en la entrada del club como signo de ese buen perdedor, reflejando uno de los primeros escudos, polvoreando las ribetes de buena calidad, y aunque se demore en su devolución el club terminó resarciendo la paga de 50 pesos para evitar su reclamo. El escudo figura hasta entrado el siglo veintidós colgando minuciosamente de la pared del techo mirando aseadamente la entrada y dando la bienvenida. Ruperto se fue, el cuadro quedó.